Cuando elegimos el destino, yo estaba segura de que me iba a gustar, pero no sabía hasta que punto. Nadie me había hecho un mal comentario del sitio, y por esto tenía esa es
Llegamos por la mañana y ya en el avión empecé a sorprenderme con la majestuosidad del Atlas, lástima que en las aerolíneas low cost no te dejen llevar nada en la mano, porque mi cámara tenía que haber registrado ese momento.
Después, en el aeropuerto siguieron las sorpresas, desde el avión era como haber aterrizado en Armenia, por la forma del aeropuerto, no se, lo que se veía era muy parecido, pero en cuanto entras, no tiene nada que ver. Realmente era mucho mas moderno y bonito de lo que me había imaginado, incluso la parte de equipajes es mucho mejor que la de El Dorado
Durante el camino a la Medina, donde estaba el hotel, puedes ver el Atlas casi desde cualquier sitio, y la ciudad tiene ese toque de "modernidad avejentada" que la hace super curiosa. Pero cuando entras a la medina, todo cambia. La velocidad, el ruido, los olores, los colores, la gente...todo es diferente, es como cambiar de mundo.
En el día era increíble poder estar sin abrigo a finales de enero, pero en la noche era increíble que hiciera el frío que hacía, aún así, la ciudad mantiene su encanto.
Caminar por la medina es toda una aventura, aunque no pueden entrar los carros, tienes que estar evitando siempre que te atropellen, si no es una moto, puede ser la bicicleta, los carritos de mulas, un señor con una carreta o incluso la misma gente que va caminando y aveces no se da cuenta de quien va por el otro lado o tal vez frena delante tuyo, así que hay que estar atentos, pero sin perderse ningún detalle.
En las calles te puedes encontrar todo tipo de tiendas, donde puedes comprar casi cualquier cosa, son calles de color rosa, algunas con una especie de esterillas en el techo que hacen que se consigan unos efectos de luz que un amigo me describió con mucho acierto, como de película de la biblia, estas luces le dan a la ciudad un aire especial, te resguardan del calor, pero aún así dejan pasar la luz y salir los olores.
Por las calles hay que perderse, caminar sin rumbo, meterse por callejones, no hay problema, y con seguridad te vas a encontrar algo especial, algo lindo, o simplemente un gato que se acerca con curiosidad. La gente te habla, te quiere guiar, obviamente a cambio de dinero, pero por lo menos sabes que si pierdes el rumbo siempre habrá algún marroquí "interesado" en ayudarte.
Ir a Marrakech y no sentarse en una terraza de la plaza Djemaa el Fna a ver como la vida de la plaza cambia radicalmente mientras va cayendo la noche y a disfrutar de uno de los atardeceres mas lindos y coloridos que hay, es como no ir a la ciudad.
La plaza en el día está llena de vendedores de todo tipo, encantadores de serpientes, tatuadoras con henna, malabaristas e incluso dentistas o mejor...sacamuelas. Y en la noche se empieza a llenar de restaurantes móviles donde los
encargados de conseguir clientes se promocionan como Arguiñano, Ferrán Adriá e incluso Carme Ruscalleda, de corrillos con músicos que tocan ritmos muy parecidos a las cumbias y otros ritmos del caribe colombiano, de grupos de gente bailando, y de muchos, muchos turistas. Moverse y perderse entre la gente es a la vez agobiante y maravilloso, es distinto a las 4 de la tarde y a las 8 de la noche, aunque pases exactamente por los mismos sitios.
Y luego la tranquilidad de la terraza del hotel, el cielo despejado que los desiertos te brindan y la oscuridad necesaria para ver las estrellas en una noche de luna llema, no tienen precio.
Marrakech es una ciudad de contrastes, de olores, cada esquina huele di
stinto, huele a comino, a menta, a canela, a animales, a plaza de mercado, unas veces mejor y otras peor, pero siempre distinto; es una ciudad de luces y de sombras en los callejones; de colores, de rosas y azules intensos en jardines como los Majorelle; de música maravillosa, de ruido y de silencios, de silencios rotos por los llamados a la oración, incluso a las 6am; de herreros, artesanos y curtidores; de comida maravillosa, de té y de compartir.
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