martes, 16 de febrero de 2010

Berlin, a 20 años de la caída

Empezar un post sobre una de las ciudades de las que mas se ha escrito en el mundo, no es nada fácil, me ha costado empezar, pero aqui voy!!!!.



Lo primero que tengo que hacer es aclarar que no visité Berlín en un buen momento, simplemente porque me moría de una gripa con Laringitis, faringitis, y todas las "itis" posibles, pero igual esto hace que la forma en la que viví esta ciudad sea la diferencia entre este post y el resto de los escritos en el mundo.

Este fue un viaje que tenía muchos objetivos, y si la compañía no hubiera sido la que fue, seguro que con lo enferma que estaba, no me hubiera levantado de la cama. Pero ir de viaje con una hermana de ojos tristes que al saber el destino sonrió por primera vez después de un tiempo, y celebrar el cumpleaños de otra hermana que la vida me ha regalado, hacen que no haya gripa, o "itis" suficiente para quedarte en casa, simplemente hay que empacar la maleta, ir bien equipado para el frío intenso del mes de noviembre y dispuesto a dejarse impregnar por la carga histórica de una ciudad hermosa y gris.

El vuelo no fue demasiado bueno por aquello de la altura y la congestión de la gripa, que hace que el avión no sea el sitio mas deseable, pero asomarte por la ventana y encontrarte depronto volando por encima de los alpes nevados, esas montañas que parecían presentes solamente en los mapas de geografía, hace que todo se te olvide por un momento. Sinceramente me impresiono cada vez mas con las maravillas de la naturaleza, muy por encima de las construidas por el hombre.


Luego llegamos a Berlín, ya el frío en el aeropuerto nos indicaba que no nos habiamos equivocado al comprar ropa térmica. Una pasada rápida por el hotel, un mapa básico, y a descubrir lo que la ciudad nos pudiera ofrecer. Aunque el muro hace 20 años exactos que cayó, siempre fue bastante fácil saber a que lado estábamos ya que los vestigios de lo que ha sido la historia no dejan lugar a dudas. Aún así siempre había aquella inquietud por saber de que lado estábamos, ya que es claro que nunca se vivió igual a un lado o al otro.


A diferencia de otros viajes, en este me dejé llevar, no busqué demasiada información y simplemente dejé que la ciudad se me presentara con total tranquilidad, también con el tiempo he descubierto que muchas veces irte sin rumbo por una ciudad, te muestra mucho más de lo que una guía turística puede hacer.


El primer día fue muy lluvioso y frío, pero aún así nos permitimos pasear por el centro de la ciudad por la parte mas moderna, por la Alexanderplatz, y para terminar el día por los alrededores de la puerta de Brandenburgo, monumento de la unificación y que tantos sucesos históricos ha presenciado a lo largo de los años. He de confesar que me impactó mucho mas de lo que me imaginaba, aún cuando la había visto muchas veces en fotos y programas de TV, realmente la carga histórica hace que los sitios se vean muy diferentes en vivo y en directo.


Cruzar la puerta y caminar sin rumbo nos hizo encontrarnos con el bundestag, con el río Spree donde tantas personas vieron morir sus ilusiones de pasar al otro lado de la ciudad. La lluvia, el frío y las cruces que te vas encontrando por el camino hicieron que en ningún momento se nos olvidara lo que había pasado no hace demasiado tiempo por esos sitios que nosotras ahora recorríamos, de hecho muchos lugares nos dejaban sin palabras, así que nosotras caminábamos y nos hacíamos compañía, mientras cada una dejaba que la ciudad le hablara y le contara sus secretos.


Los días siguientes paseando por Mitte, encotrándonos sitios maravillosos de color dentro de la antigua parte oriental, bordeando lo que queda del muro con sus grafittis que no son mas que la expresión libre de los pensamientos que una pared tan poco "común" puede generarnos, paseando por las calles y monumentos que recuerdan a cada paso la vida que se ha vivido allí y la que se vive ahora, fueron una comunión fantástica entre las tres.


El memorial al holocausto consigue perfectamente el objetivo que el artista se propuso cuando lo construyó: que la gente que se mete entre sus columnas, se encuentre perdida y sin rumbo. Cuando te metes entre sus comlumnas también te encuentras la inocencia de los niños que juegan dentro de este laberinto, totalmente ajenos a lo que representan, tal como debía ser durante el holocausto, donde ellos, mas que nadie, jugaban inocentemente sin saber que pasaba en realidad.


Y no puedo dejar de mencionar Check point Charlie, uno de los antoguos puntos fronterizos de la ciudad que ahora vive abarrotado de turistas y donde los guardias son todo, menos una imagen de lo que pudo haber sido, ya que sonríen y posan (previo pago) para las fotos. Como tampoco puedo dejar de mencionar la iglesia en recuerdo del emperador Guillermo, que se conserva en estado de ruina como memorial y recuerdo de la guerra, aunque con una parte moderna construida para la celebración de ceremonias religiosas, donde entras y te acercas al cielo con sus vitrales azules y rojos.

Les tachelles, galería al aire libre que deja que la parte artística de Berín se muestre en su esplendor, la búsqueda del Bar 25, que nos costó tiempo y kilómetros, para al final encontrarlo cerrado, las idas y vueltas en metro viendo a la gente, orandgestadt, las cervecitas, las caminatas eternas, las llegadas al hotel comparando quien tenía mas prendas de ropa encima, las toneladas de pastillas para poder estar en disposición de salir a la calle, el muro presente y ausente, los sentimientos a flor de piel al ver lo que una guerra puede causar, los primeros puestos navideños, las hojas secas por las calles, eso ha sido para mí una visita de otoño en Berlín

viernes, 5 de febrero de 2010

Marrakech, ciudad de contrastes

Hace unos días fui a una de esas ciudades de las que mucha gente habla, tu siempre tienes en las tareas pendientes, pero nunca encuentras el momento para ir: Marrakech.

Cuando elegimos el destino, yo estaba segura de que me iba a gustar, pero no sabía hasta que punto. Nadie me había hecho un mal comentario del sitio, y por esto tenía esa especie de miedo interno en haberme excedido en las expectativas puestas en este destino en particular.


Llegamos por la mañana y ya en el avión empecé a sorprenderme con la majestuosidad del Atlas, lástima que en las aerolíneas low cost no te dejen llevar nada en la mano, porque mi cámara tenía que haber registrado ese momento.


Después, en el aeropuerto siguieron las sorpresas, desde el avión era como haber aterrizado en Armenia, por la forma del aeropuerto, no se, lo que se veía era muy parecido, pero en cuanto entras, no tiene nada que ver. Realmente era mucho mas moderno y bonito de lo que me había imaginado, incluso la parte de equipajes es mucho mejor que la de El Dorado

Durante el camino a la Medina, donde estaba el hotel, puedes ver el Atlas casi desde cualquier sitio, y la ciudad tiene ese toque de "modernidad avejentada" que la hace super curiosa. Pero cuando entras a la medina, todo cambia. La velocidad, el ruido, los olores, los colores, la gente...todo es diferente, es como cambiar de mundo.



En el día era increíble poder estar sin abrigo a finales de enero, pero en la noche era increíble que hiciera el frío que hacía, aún así, la ciudad mantiene su encanto.



Caminar por la medina es toda una aventura, aunque no pueden entrar los carros, tienes que estar evitando siempre que te atropellen, si no es una moto, puede ser la bicicleta, los carritos de mulas, un señor con una carreta o incluso la misma gente que va caminando y aveces no se da cuenta de quien va por el otro lado o tal vez frena delante tuyo, así que hay que estar atentos, pero sin perderse ningún detalle.




En las calles te puedes encontrar todo tipo de tiendas, donde puedes comprar casi cualquier cosa, son calles de color rosa, algunas con una especie de esterillas en el techo que hacen que se consigan unos efectos de luz que un amigo me describió con mucho acierto, como de película de la biblia, estas luces le dan a la ciudad un aire especial, te resguardan del calor, pero aún así dejan pasar la luz y salir los olores.


Por las calles hay que perderse, caminar sin rumbo, meterse por callejones, no hay problema, y con seguridad te vas a encontrar algo especial, algo lindo, o simplemente un gato que se acerca con curiosidad. La gente te habla, te quiere guiar, obviamente a cambio de dinero, pero por lo menos sabes que si pierdes el rumbo siempre habrá algún marroquí "interesado" en ayudarte.


Ir a Marrakech y no sentarse en una terraza de la plaza Djemaa el Fna a ver como la vida de la plaza cambia radicalmente mientras va cayendo la noche y a disfrutar de uno de los atardeceres mas lindos y coloridos que hay, es como no ir a la ciudad.

La plaza en el día está llena de vendedores de todo tipo, encantadores de serpientes, tatuadoras con henna, malabaristas e incluso dentistas o mejor...sacamuelas. Y en la noche se empieza a llenar de restaurantes móviles donde los encargados de conseguir clientes se promocionan como Arguiñano, Ferrán Adriá e incluso Carme Ruscalleda, de corrillos con músicos que tocan ritmos muy parecidos a las cumbias y otros ritmos del caribe colombiano, de grupos de gente bailando, y de muchos, muchos turistas. Moverse y perderse entre la gente es a la vez agobiante y maravilloso, es distinto a las 4 de la tarde y a las 8 de la noche, aunque pases exactamente por los mismos sitios.

Y luego la tranquilidad de la terraza del hotel, el cielo despejado que los desiertos te brindan y la oscuridad necesaria para ver las estrellas en una noche de luna llema, no tienen precio.

Marrakech es una ciudad de contrastes, de olores, cada esquina huele distinto, huele a comino, a menta, a canela, a animales, a plaza de mercado, unas veces mejor y otras peor, pero siempre distinto; es una ciudad de luces y de sombras en los callejones; de colores, de rosas y azules intensos en jardines como los Majorelle; de música maravillosa, de ruido y de silencios, de silencios rotos por los llamados a la oración, incluso a las 6am; de herreros, artesanos y curtidores; de comida maravillosa, de té y de compartir.